Ganar espacio en la pendiente

La búsqueda de espacio ha sido una constante para la industria eibarresa. La orografía del municipio, situado en un estrecho valle de escarpadas laderas, ha dificultado siempre el crecimiento. En la década de 1950 se habían agotado también los terrenos robados al río, y muchas empresas abandonaron el municipio, en busca de suelos más amplios y baratos.

Los que optaron por permanecer en la villa, tuvieron que conquistar nuevos espacios, ganándolos esta vez en las pendientes más alejadas del centro urbano.

Así se construyó este edificio en 1957, encargado por la empresa Ojanguren y Marcaide (OJMAR) al arquitecto Ramón de Martiarena, y que años después, en un ejercicio de reutilización de espacios industriales muy habitual en Eibar, ocuparía la firma Industrias Pampo.

Del inmueble llaman la atención las dos rotondas que cierran sus fachadas, articuladas con las laderas y que crean un taller con una atípica forma de huso. Un taller que, para adaptarse a la pendiente, cuenta con cuatro alturas en su fachada principal, pero con sólo dos en la posterior, y que se distingue por sus sólidos forjados de hormigón armado. Un edificio que destaca en la ladera, y que adquiere su monumentalidad gracias a la solución adoptada para ganar espacio a la montaña.